El gran amor de mi vida siempre fue, ha sido -y siempre será- mi abuela. Una de las personas que me inspiró a poner mesas chulas fue ella. Sacar sus vajillas “elegantes” de Herend, los cubiertos de plata de Cristofle, sus floreros Lalique y las copas Baccarat eran de las cosas que más me emocionaba de cuando hacía sus cenas. Me encantaba ayudarle a poner sus mesas.
Y así, cuando crecí y empecé a poner mis propias mesas, buscar vajilla con historia se convirtió en una obsesión. Me encanta ir a La Lagunilla, a La Plaza del Ángel y a mercados de antigüedades alrededor del mundo para encontrar tesoros que me recuerden a los tablescapes de mi abuela.
Encontré unos platos de pececitos alemanes preciosos y coquetos, con mi amigo Javier Cruz, que tiene su tienda en Plaza del Angel. Así que decidí poner una mesa inspirada en mi abuela. Me encantó la combinación de azul con ocre. Los manteles y servilletas Tamara en amarillo hicieron una combinación divina. La mesa estaba en exteriores, así que saqué unos limones del refri para darle frescura y diversión. Puse las jarras y vasos paraíso en verde, corté flores de mi jardín y las puse en los floreros de talavera. Resultó ser una de mis mesas más favoritas de la vida.
La lección aquí es: todo combina con todo. Lo nuevo con lo viejo, lo super elegante con lo muy casual, color con más color. Lo que te haga feliz con lo que te guste. Porque poner una mesa chula se trata de hacerte sentir bien, contenta y con ganas de compartir.
Siento que lo logré.